Una vez que alguien peca contra nosotros gravemente, sucede algo curioso: el mal proceder de esa persona llega a ser más prominente en el panorama de nuestra relación que lo que él o ella es. Perdemos de vista al individuo porque el pecado cobra enorme importancia en nuestra vida. Lo que no podemos “superar” o “dejar atrás” bloquea nuestra relación.
El pecado siempre termina en muerte, no siempre en un final físico de la vida de alguien, sino en una interrupción de la relación con las personas contra las que hemos pecado y un final a la vida futura que habríamos disfrutado si no hubiéramos pecado (Romanos 6:23).
La muerte como la Biblia la define, es una pérdida de la relación y una pérdida del futuro.
Lo puedes ver de esta manera: Una de las leyes espirituales que gobierna en la dinámica de la vida es que el pecado trae como resultado la muerte. No puedes tener una relación con una persona y, a la vez, con el pecado de esa persona contra ti. Sus acciones o sus palabras llegan a ser el punto central de tu atención.
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¿Puedes pensar en algo que alguien te hizo o te dijo hace varios años que probablemente el individuo ya olvidó pero que a ti todavía te causa un profundo dolor?
Las palabras o los hechos de esa persona probablemente no dejaron una impresión duradera. El comportamiento tampoco afectó al resto del mundo. Principalmente cayó encima de ti, y se te está haciendo difícil quitarte de encima las consecuencias personales de ese pecado. Casi es imposible separar lo que la persona hizo de lo que te hizo a ti. Tu florero se quebró cuando lo quebraron.
¿Por qué es difícil continuar una relación con las personas que nos han traicionado o han quebrantado la relación?
¿Puedes ver cuál era el dilema de Dios?
Los pecados cometidos contra otras personas también tienen una consecuencia en la persona que cometió los pecados, aún cuando es posible que no estén concientes de esa consecuencia. Tan seguramente como el pecado afecta a otros con sus consecuencias mortales, así también trae consecuencias eternas en la vida del pecador.

Por esta razón, en tu relación con Dios, tú estabas “muerto” en tus “delitos y pecados” (Efesios 2:1). En otras palabras, tú fuiste separado de tu unión con el Señor, “excluidos de la vida de Dios” (Efesios 4:18). Habías perdido el derecho a una futura vida (eterna) con Él. (Lee Efesios 2:12).
Con el fin de restaurar lo que las personas habían eliminado, Dios tuvo que eliminar la causa de toda la devastación; tuvo que deshacerse de nuestro pecado.
Aunque no estemos físicamente muertos, hemos llevado una vida apartados espiritualmente de la presencia del Señor. Adán y Eva tuvieron que dejar su lugar en el jardín perfecto. Acabaron por esconderse de Dios, en lugar de estar relacionándose y comunicándose íntimamente con Él como lo habían hecho antes de su pecado . Así también nosotros hemos vivido la vida lejos de la presencia y de los planes de Dios.
El pecado y la muerte arruinaron todo lo que Dios había querido que disfrutáramos con Él. Con el fin de restaurar lo que las personas habían eliminado, Dios tuvo que eliminar la causa de toda la devastación; tuvo que deshacerse de nuestro pecado. Y para eso, Jesucristo fue a la cruz por amor a ti y a mi.
Y su muerte en la cruz restablece la relación con Dios que el pecado había roto. Por medio de Jesús nuestros pecados son perdonados y somos declarados hijos de Dios.
Gracias Dios por enseñarme hoy las consecuencias del pecado para vivir en otra dimensión. Amén.
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